Publicado por
Gloria
LA PROFUNDIDAD DE LA PIEL
La profundidad de la piel
Ángeles Agrela (Úbeda, Jaén. 1966)
La profundidad de la piel
“La belleza tiene la profundidad de la piel”. En esta frase usada normalmente para referirse a la superficialidad de la belleza basa Ángeles Agrela el título de su última exposición. Sin embargo solo toma la segunda parte de la frase, de modo que no niega ni afirma su adhesión a dicha afirmación. De hecho la exposición en sí tampoco se preocupa mucho por desvelar claramente sus intenciones. Su instalación trata más bien de sumergirnos en un viaje que recorre ese finísimo espacio que va desde la delgada superficie de la pintura a la profundidad de nuestras emociones ante la sospecha de nuestra futilidad. La profundidad de la piel nos sitúa en un nada superficial territorio poético que toma cuerpo a partir de imágenes que pertenecen a nuestra memoria cultural colectiva.
Y es que la muestra es también una colección de auténtica pintura. Reinterpretaciones, reencuadres y aproximaciones a conocidas obras de grandes maestros desde el Renacimiento hasta el XIX. Piero de la Francesca, Robert Campin, Hans Holbein, Vermeer, Velázquez o Ingres. Y más concretamente retratos. Agrela ha arrancado literalmente la piel a las personas que tan fielmente retratadas nos miran desde las paredes dejando ver lo que ésta (¿la pintura?) esconde; detallados mapas de sus músculos, venas, nervios y huesos al modo de las láminas didácticas de anatomía.
Es muy fácil ver fotografías de disecciones, o imágenes macabras que muestran con crudeza la verdad de lo que esconde la piel, incluso hemos podido ver exposiciones muy mediáticas con auténticos cadáveres humanos conservados con técnicas novedosas y cuidadosamente diseccionados. Las imágenes están ahí… para quien las quiera ver. También es muy recurrente el procedimiento de la apropiación de imágenes para manipularlas digitalmente y servirlas después reproducidas de las más diversas formas.
Sin embargo no es casual la elección de Agrela de la pintura, y más concretamente la reproducción y reinterpretación de conocidos retratos con los procedimientos pictóricos tradicionales, para dar forma a este ejercicio poético que es La profundidad de la piel. Agrela había trabajado en los últimos tiempos en grandes dibujos que representaban láminas de libros de anatomía donde intervenía superponiendo elementos ajenos que producían desconcertantes asociaciones de imágenes. La reflexión en torno a la vánitas ya estaba presente, y se hace aquí más patente quizás por la transposición del sujeto desde el más impersonal dibujo anatómico al retrato cercanísimo que nos brinda la piel de la pintura y en el que como observadores nos proyectamos vanidosamente. Y puede que realmente la vanidad sea un pecado a la hora de observar una obra de arte, ya que el modo en que nos proyectamos a nosotros mismos sobre las imágenes nos distrae de lo que realmente importa. El retrato llevado a sus últimas consecuencias de perfección por los grandes maestros, sobre todo a partir del Renacimiento, nos coloca como individuos frente a un espejo en el que nos reconocemos de algún modo, frente a la incómoda verdad de lo que esconde la piel levantada, en el caso de estas interpretaciones que Agrela nos brinda. Y no hay que perder de vista que el ilusorio engaño de la pintura está presente en esta ecuación. ¿Es que la delgadísima superficie de la pintura tiene acaso el grosor de la belleza de la propia obra de arte? Como observadores nos dejamos subyugar (y hasta engañar) por los diminutos eventos cromáticos y lumínicos que suceden en las distintas capas de pintura a las que acercamos la nariz con gozo. Y también proyectamos nuestros esquemas mentales y nuestra propia imagen en la interpretación que de dichos eventos hacemos, con toda nuestra vanidad, perdiendo de vista lo que de verdad es importante. Y también podemos vernos desprovistos de piel, con las venas, nervios y músculos al descubierto, porque en la doble delgadez que caracteriza tanto a la piel humana como a la superficie de la pintura anda el juego de esta instalación de Ángeles Agrela.
La profundidad de la piel
“La belleza tiene la profundidad de la piel”. En esta frase usada normalmente para referirse a la superficialidad de la belleza basa Ángeles Agrela el título de su última exposición. Sin embargo solo toma la segunda parte de la frase, de modo que no niega ni afirma su adhesión a dicha afirmación. De hecho la exposición en sí tampoco se preocupa mucho por desvelar claramente sus intenciones. Su instalación trata más bien de sumergirnos en un viaje que recorre ese finísimo espacio que va desde la delgada superficie de la pintura a la profundidad de nuestras emociones ante la sospecha de nuestra futilidad. La profundidad de la piel nos sitúa en un nada superficial territorio poético que toma cuerpo a partir de imágenes que pertenecen a nuestra memoria cultural colectiva.
Y es que la muestra es también una colección de auténtica pintura. Reinterpretaciones, reencuadres y aproximaciones a conocidas obras de grandes maestros desde el Renacimiento hasta el XIX. Piero de la Francesca, Robert Campin, Hans Holbein, Vermeer, Velázquez o Ingres. Y más concretamente retratos. Agrela ha arrancado literalmente la piel a las personas que tan fielmente retratadas nos miran desde las paredes dejando ver lo que ésta (¿la pintura?) esconde; detallados mapas de sus músculos, venas, nervios y huesos al modo de las láminas didácticas de anatomía.
Es muy fácil ver fotografías de disecciones, o imágenes macabras que muestran con crudeza la verdad de lo que esconde la piel, incluso hemos podido ver exposiciones muy mediáticas con auténticos cadáveres humanos conservados con técnicas novedosas y cuidadosamente diseccionados. Las imágenes están ahí… para quien las quiera ver. También es muy recurrente el procedimiento de la apropiación de imágenes para manipularlas digitalmente y servirlas después reproducidas de las más diversas formas.
Sin embargo no es casual la elección de Agrela de la pintura, y más concretamente la reproducción y reinterpretación de conocidos retratos con los procedimientos pictóricos tradicionales, para dar forma a este ejercicio poético que es La profundidad de la piel. Agrela había trabajado en los últimos tiempos en grandes dibujos que representaban láminas de libros de anatomía donde intervenía superponiendo elementos ajenos que producían desconcertantes asociaciones de imágenes. La reflexión en torno a la vánitas ya estaba presente, y se hace aquí más patente quizás por la transposición del sujeto desde el más impersonal dibujo anatómico al retrato cercanísimo que nos brinda la piel de la pintura y en el que como observadores nos proyectamos vanidosamente. Y puede que realmente la vanidad sea un pecado a la hora de observar una obra de arte, ya que el modo en que nos proyectamos a nosotros mismos sobre las imágenes nos distrae de lo que realmente importa. El retrato llevado a sus últimas consecuencias de perfección por los grandes maestros, sobre todo a partir del Renacimiento, nos coloca como individuos frente a un espejo en el que nos reconocemos de algún modo, frente a la incómoda verdad de lo que esconde la piel levantada, en el caso de estas interpretaciones que Agrela nos brinda. Y no hay que perder de vista que el ilusorio engaño de la pintura está presente en esta ecuación. ¿Es que la delgadísima superficie de la pintura tiene acaso el grosor de la belleza de la propia obra de arte? Como observadores nos dejamos subyugar (y hasta engañar) por los diminutos eventos cromáticos y lumínicos que suceden en las distintas capas de pintura a las que acercamos la nariz con gozo. Y también proyectamos nuestros esquemas mentales y nuestra propia imagen en la interpretación que de dichos eventos hacemos, con toda nuestra vanidad, perdiendo de vista lo que de verdad es importante. Y también podemos vernos desprovistos de piel, con las venas, nervios y músculos al descubierto, porque en la doble delgadez que caracteriza tanto a la piel humana como a la superficie de la pintura anda el juego de esta instalación de Ángeles Agrela.
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Etiquetas:
arte/medicina
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